La "línea costera" siempre había leído esta frase, pero una cosa es leerla y otra verla desde el aire en toda la majestuosa extensión que permite la ventanilla de mi puesto 16F de Copa Airline saliendo desde el aeropuerto de Santa Marta. Siempre que vuelo me pido la ventana y casi que durante el viaje pego mi cara para gozar como una niña de la inigualable vista aérea de las montañas, poblados y sinuosos caminos. Esta vez la línea de espuma blanca que besa suavemente la arena en ese espacio mágico entre la tierra y el mar, fue mi secreta diversión.
Es un día soleado típíco en la costa y el mar caribe exhibe sus interpuestas e interminables tonalidades de azul, además recibe la cinta gris que diviso a lo lejos y que es el río grande de la Magdalena que viaja presuroso rumbo a la arenosa, orgullo de los "quilleros".
Pasamos ahora por varios complejos cenagosos, espejos de agua con pequeñas bocas que respiran del río que las alimenta. En algunas orillas se arremolinan grupos de viviendas; rico vivir allí, creo.
Sigue el viaje y yo sigo pegada a la ventana, mi compañera de asiento duerme plácidamente, además no le gusta la ventana, lo que se pierde. El paisaje cambia, ahora pequeños islotes verdes dentro del río lo dividen y se ensanchan en varios de sus recodos, en algunos lugares el río se contrae para pasar de medio lado o abre sus brazos para abrazar islotes más grandes.
Nubes en pequeñas motas impiden mi visión del paraíso que se divisa desde arriba; sigo fascinada esta vez por las nubes que hoy en plena canícula se muestran en montículos como pedacitos de blanco algodón o bloquecitos irregulares navegando en el mar cerca a los polos; esos también quiero verlos desde el aire.
Ahora una densa neblina pone un tapete oscuro impenetrable ante mis ojos, sólo veo el rótulo HK4453 y una luz intermitente al final del ala del avión. Vamos a mitad de camino y el tapete gris se empieza a despejar dejándome apreciar un paisaje lujuriosamente verde en las montañas y valles que atravesamos, tramos de río con pequeños poblados a su orilla y los impávidos ojos de agua que quietos nos miran pasar.
El capitán anuncia la proximidad del aterrizaje en Bogotá. A mi alrededor unos viajeros duermen, otros charlan ajenos al grandioso espectáculo; quizá la rutina les ha refundido el gozar con las cosas simples.
En esta parte del trayecto aparecen nubes verticales como edificios y otras como castillos medievales nos saludan de lejos, sonrío y me acuerdo que una vez me dijeron que me bajara de la nube; pues sí estoy en las nubes y es bellísimo, me imagino como sería caminar sobre las nubes, serán sólidas, se ven tan compactas, cómo sería jugar a la lleva o a las escondidas aca arriba.
Mientras sueño despierta jugando entre las nubes en una suave maniobra aterrizamos en Eldorado.
viernes, 20 de julio de 2012
domingo, 1 de julio de 2012
SOÑÉ QUE UNA JUGADA
JURÍDICA DE LOS LEGULEYOS DEL PAÍS PONÍA EN RIESGO DE “EXTINCIÓN” A LA FAUNA COLOMBIANA
Al igual que
muchos colombianos, estaba entredormida
viendo la última telebobela “la traicionera” cuando de pronto, la cortan en medio de una de las más retorcidas jugadas de la bella protagonista. Justo en ese momento aparece un personaje, que por estos días sufre un bajón, no de azúcar
sino de imagen, quien en tono entre
asustado y quejumbroso, decía que había un cocinado, una criatura llamada “reforma”
que él y otros dos habían urdido, gestado,
debatido y analizado concienzudamente
pero que algo no les había salido bien
al momento de nacer porque al “conciliar”
entre los pañales de constitución desechable,
se les habían colado como una
docena de “micos”. Pensé una gestación de 8 debates, tres papás,
12 parteros… no se, algo huele mal.
De un salto me
despabilé pero no entendía lo que pasaba al otro lado de la montaña, porque,
cómo así, yo conozco los micos, los de 4 patas, esos animalitos son adorables;
son felices comiendo frutas en las copas de los árboles y balanceándose en su
cola; la única ley que conocen es la de la madre naturaleza y no tienen ni idea
del lío jurídico, que les endilgan selva
abajo.
Pasaron dos
días y yo seguía adormilada por aquello del trabajo, los niños, la comida del marido y el largo etcétera de las
amas de casa, cuando todo el mundo w, habla de micos, orangutanes, sapos, tigres, leones y hasta de ratas; ah el sapo, otro animalito importante, que ya
no es objeto de besos por parte de bellas princesas, esperando la magia que lo
convierta en el bello príncipe; ahora es
un bocado desagradable que tuvieron que “tragarse” quienes parieron, los padres
putativos de la criatura, la “reforma “,
los mismos que dejaron colar los “micos”.
A mitad de la
semana empiezan a oírse tambores que presagian un “megadesastre” que termina
convertido en un orangután; me imaginé
que no era ese que conocimos destilando la
más pura ternura maternal criando a Tarzán, o ese otro que se llevó la peor parte, porque
así como lo pintaron en una película,
fue sacado a la brava de su plácida selva, para luego ser acribillado por
ejércitos armados hasta los dientes para preservar la vida de los habitantes de
una ciudad.
El país y yo veíamos
horrorizados como en esta semana
macondiana, de la naturaleza
jurídica colombiana surgió una nueva
especie animal, un monstro de mil
cabezas, una especie de Frankestein
hecho de pedazos de “micos”
que luego se erige y toma la forma de un descomunal “orangután” que amenazaba los más sólidos cimientos de la
democracia macondobananera; nació en medio
de la más terrible cumbre borrascosa entre rifirrafes, dimes y diretes creando
un “tsunami seco” que hacía temblar hasta el más valiente.
Inmediatamente
el jefe de la caballería, a su vez uno
de los tres padres putativos de la criatura, alista toda su artillería jurídica y en un
acto de amor por las víctimas del terrible monstro, desencajado hace su aparición,
se acuerdan al filo de la media noche en medio de la “traicionera” para sobresaltar el plácido sueño de los
habitantes gritando desde el balcón “viva
Colombia” y para contar del avistamiento de la
amenaza de consecuencias
devastadoras, de la criatura que acababa de nacer después de 8 sesiones y de un
parto “conciliado” por 12 parteros de los más malos, hay que objetar, eso dijo. A esas alturas yo ya no sabía si estaba
despierta o si era una pesadilla.
Y empieza el
estratega mayor con todo su séquito de asesores jurídicos a planear la estrategia
para aplicarle la pena de muerte al “orangután” momentos antes de que abriera los ojos cuando
saliera publicado en el diario oficial. A
todo vapor trabajó la maquinaria bélica
con sesudos conceptos de las más deslumbrantes
testas que escriben en 68 páginas cómo aniquilar el problema.
Inicia la
cacería y ubican a la temible criatura junto a otro de sus 2oo y pico de padres, a los que acusan de
haberle sobrealimentado con comida
chatarra de inmunidades parlamentarias y
otras inmundicias. Mientras, el otro “padre” cortesano, pasa así
como de agache, viendo como se le desvanecían
los 4 años de alargue de su coloca y los miles de milloncitos que dejaban de ganar, entre otras gabelas, pero bueno,
algo hay que sacrificar porque la criatura tenía genes defectuosos. Claro eso
pasa porque casi siempre son dos los que dan vida, pero este es macondo y aquí hay gente hasta con tres huevos, porque no va a tener tres
papás… ni más faltaba.
El objetivo ya
estaba identificado por toda la fuerza de tarea conjunta que sobrevuela al
infame que ya está acorralado por millones de ojos y voces acusadoras y con 68 “misiles” de buenas intenciones y razones
políticas hieren de muerte al temible “orangután”, que cae en medio de la plaza
frente a la casa “donde vive la democracia”.
A uno de los padres
en medio de una extraordinaria sesión le
correspondió ver de frente como se caía
la estantería que con tanta pasión
había construido, del articulado “orangután” y después de
lavarse las manos, dijo con cara de yo
no fui, que sí, que fueque no había leído bien el acta de nacimiento, que todo
estaba bien hecho que era el 99.99% del país el que no había comprendido la
bondad de la criatura, puras excusas y mentiras, luego entre todos, le dieron
un entierro que quinta a la “reforma”
transformada en “orangután”, hijo
de sus entrañas.
En ese
momento, abrí los ojos, pero el “orangután” creo yo, sigue ahí.
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