viernes, 20 de julio de 2012

LA "LÍNEA COSTERA"

La "línea costera" siempre había leído esta frase, pero una cosa es leerla y otra  verla desde el aire en toda  la majestuosa extensión que permite la ventanilla de mi puesto 16F de Copa Airline saliendo desde el aeropuerto de Santa Marta.   Siempre que vuelo  me pido la ventana y casi que durante el viaje  pego mi cara para gozar como una niña de la inigualable  vista aérea de las montañas, poblados y  sinuosos caminos.  Esta vez la línea de espuma blanca que besa suavemente la arena en ese espacio mágico entre la tierra y el mar, fue  mi secreta diversión.
Es un día soleado típíco en la costa  y el mar caribe  exhibe sus interpuestas e interminables tonalidades de azul, además  recibe la  cinta gris que diviso a lo lejos y que es el río grande de la Magdalena que viaja presuroso  rumbo a la arenosa, orgullo de los "quilleros".
Pasamos ahora por  varios complejos cenagosos, espejos de agua con pequeñas bocas que respiran del río que las alimenta.  En algunas orillas se  arremolinan grupos de viviendas;  rico vivir allí, creo.
Sigue el viaje y yo sigo pegada a la ventana, mi compañera de asiento  duerme plácidamente, además no le gusta la ventana, lo que se pierde.  El paisaje cambia, ahora pequeños islotes verdes dentro del río lo dividen y se ensanchan  en varios de sus recodos, en algunos lugares el río se contrae para pasar de medio lado o abre  sus brazos para abrazar islotes  más grandes. 
Nubes en pequeñas motas impiden mi visión del paraíso que se divisa desde arriba;  sigo fascinada esta vez por las nubes que hoy en plena canícula se muestran en montículos  como pedacitos de blanco algodón  o bloquecitos irregulares navegando en el mar cerca a los polos;  esos también quiero verlos desde el aire.
Ahora una densa neblina pone un tapete oscuro impenetrable ante mis ojos, sólo veo el rótulo HK4453 y una luz intermitente al final del ala del avión.  Vamos a mitad de camino y el tapete gris se empieza a despejar dejándome apreciar un paisaje  lujuriosamente verde en las montañas y valles que atravesamos, tramos de río con pequeños poblados a su orilla y los impávidos ojos de agua que quietos nos miran pasar.
El capitán anuncia la proximidad del aterrizaje en Bogotá.  A mi alrededor unos viajeros duermen, otros charlan ajenos al  grandioso espectáculo;  quizá la rutina  les ha  refundido el gozar con las cosas simples.
En esta parte del trayecto aparecen nubes verticales como edificios y otras como  castillos medievales nos saludan de lejos, sonrío y me acuerdo que una vez me dijeron que me  bajara de la nube;  pues sí estoy en las nubes y es bellísimo, me imagino como sería caminar sobre las nubes, serán sólidas, se ven tan compactas, cómo sería jugar a la lleva o a las escondidas aca arriba.
Mientras sueño despierta jugando entre las nubes en una suave maniobra  aterrizamos en Eldorado.

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